Las nuevas tecnologías vinieron ya hace tiempo para quedarse e ir poco a poco conquistando todas las áreas de la vida. Hoy en día sería impensable concebir el mundo y la vida sin ellas.
Una de esas áreas es la de las relaciones interpersonales y más concretamente la de las relaciones afectivas. Han proliferado numerosos portales y redes sociales destinadas a la búsqueda de pareja, con millones de usuarios en todo el mundo, relegando los que podríamos llamar métodos tradicionales para conocer a potenciales parejas, amores o ligues…
La tecnología nos facilita la vida, hace todo más cómodo y rápido: hacemos la compra, operamos con el banco, hablamos con alguien en la otra punta del mundo….., y hacemos match con la persona anhelada…. todo sin gran esfuerzo a golpe de click, sin movernos de casa y si queremos, en pijama. Por qué esforzarnos más siendo así de fácil.
Otra seña de identidad de nuestro tiempo es la cultura low cost, que se ha impuesto con fuerza. Al contrario que en el caso de la tecnología, cuyos beneficios son incuestionables, encontrarle aspectos positivos a consumir viajes, ropa, experiencias…, cuanto más y más baratas mejor, obviando la terrible factura en destrucción del planeta y desigualdad que conlleva, es sencillamente imposible. Ese consumo low cost tiene mucho de compulsivo y refleja el “horror vacui” que caracteriza a la sociedad actual.
Si decíamos que la tecnología ha cambiado el acceso a las relaciones afectivas, el modelo low cost conjugado con ella, las ha convertido en un bien de consumo más, donde hay cuatro parámetros fundamentales: cantidad, rapidez, facilidad y bajo coste (en todos los sentidos)
Los portales de búsqueda de pareja funcionan como un mercado, se muestra el producto y uno elige lo que más le gusta. Es fácil y rápido, hay poca emoción en el proceso, salvo cierta tensión que genera el morbo de ¿contestará? Funcionan en el plano de la superficie, en lo aparente de lo que se ve y también en la superficie de lo que se dice, en conversaciones sin contexto…, sin miradas… y sin voz….. imprescindibles para que suceda la auténtica magia de un match. La cantidad, la rapidez, la facilidad y el bajo coste hacen innecesario ir más allá de la superficie, porque hay cientos de perfiles más, basta ver y seleccionar y así, las veces que haga falta.
No se trata de demonizar lo que al final es una mera herramienta, sino de analizar el contexto en el que surgen y las claves de su éxito, que reflejan características muy marcadas de la sociedad actual. Por un lado reflejan una sociedad que prima la forma por encima del fondo, con rasgos compulsivos, sobre estimulada, con prisa y sin competencias (ni ganas) para gestionar el “vacui” fértil que trae la espera, el silencio y la cara buena de la soledad.
Por otro lado, las apps de citas son sintomáticas de una auténtica revolución en la concepción de las relaciones afectivas. Son un canal que facilita todas las posibilidades: desde un encuentro sexual esporádico y puntual hasta el matrimonio para toda la vida, y en medio, un abanico inmenso de posibilidades a gusto del consumidor.
A través de estas aplicaciones se buscan relaciones de forma directa en vez de por las vías indirectas que conlleva el hecho de tener vida social. Las relaciones amorosas o sexuales, se convierten así en un objetivo directo: “busco un hombre/mujer que sea….”.
Es un signo de esta época en la que tenemos menos tiempo, somos más individualistas pero ansiamos igual o más conectar con el otro, por lo que en cierto sentido ofrecen un servicio útil.
Está por ver si a largo plazo incrementan la fragilidad de las relaciones sociales en general, y de las amorosas y/o sexuales en particular.
Mayte Helguera